Se pone énfasis en una serie de obras realizadas en la década de 1960, en las que el pintor utilizó materiales como el gouache, el carbón, la tinta y el papel. Con esos elementos parece reflexionar respecto a la condición humana, recurriendo de manera constante tanto a la filosofía como a la pintura caligráfica oriental, que está impregnada de una permanente belleza.
A través de estas obras, queda de manifiesto el vínculo afectivo que estableció el pintor con sus raíces japonesas y la admiración que profesaba por el arte de aquel país. Un significativo número de obras que se presentan en esta ocasión, muestran manchas de tinta que parecen transformarse en figuras o personajes que apenas se insinúan por medio del trazo y que carecen de perspectiva, una de las cualidades más sobresalientes del arte oriental.
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